PARA ÓRGANO
		
		Tan bien que estaba entrando en la escritura de mi Dios
		esta mano, el telar secreto, y yo dejándola
		ir, dejándola
		sin más que urdiera el punto de ritmo, que tocara y tocara
		el cielo en su música como cuando las nubes huyen solas
		en su impulso abierto arriba, de un sur
		a otro, porque todo es sur en el mundo, las estrellas
		que no vemos y las que vemos, fascinación
		y cerrazón, dalia y más dalia
		de tinta.
		
		Tan bien que iba el ejercicio para que durara, los huesecillos
		móviles, tensa
		la tensión, segura
		la partitura de la videncia como cuando uno
		nace y está todo ahí, de encantamiento
		en encantamiento, recién armado
		el juego, y es cosa
		de correr para verla y olfatearla
		fresca a la eternidad en esos metros
		de seda y alambre, nuestra pobrecilla
		niñez que somos y seremos; hebra
		de granizo blanco en los vidrios, Lebu abajo 
		por el Golfo y la ululación, parco en lo parco
		hasta que abra limpio el día.
		
		Tan bien todo que iba, los remos
		de la exactitud, el silencio con
		su gaviota velocísima, lo simultáneo
		de desnacer y de nacer en la maravilla
		de la aproximación a la ninguna costa
		que soy, cuando cortándose
		cortóse la mano en su transparencia de cinco
		virtudes áureas, cortóse en ella
		el trato de arteria y luz, el ala
		cortóse en el vuelo, algún acorde que no sé
		de este oficio, algún adónde
		de este cuándo.
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