Su Obra


Catálogo de Obras

 


Montaña Adentro. Novela. Santiago-Chile, Nascimiento, 1923, 111 págs.

Lejos de la ciudad, las fuerzas telúricas resultan similares en poder a las pasiones que se desatan entre los habitantes de un rincón campesino, enclavado en la montaña: una muchacha, Cata, que ha tenido un hijo sin casarse, será la víctima de la tragedia desatada por los celos, el machismo y el alcohol. Publicada en 1923, esta primera obra de Marta Brunet concitó el aplauso unánime de la crítica que alabó la pericia de la autora y la objetividad de su relato, subrayando aquellos aspectos y elementos de la novela que reflejaban la tendencia narrativa de la época. Desde la perspectiva actual, resulta interesante el planteamiento que la autora hace, aunque de manera ficticia, de la condición de la mujer campesina en esos años y la vigencia que el tema aún tiene en la actualidad.

Fragmento

" Desde la muerte de su marido, que fuera mayor de la hacienda, doña Clara y su hija Cata ocupaban el puesto de cocineras de los trabajadores. Bravas para el trabajo, se daban maña para amasar, cocinar, tostar y moler el trigo, dejando aún tiempo libre para hilar lana y tejer pintorescos choapinos que luego vendían a buen precio en la ciudad.

Felices en su despreocupación, lo único que por muchos años atormentó a doña Clara fue aquella afición desmedida de la muchacha por "chacotear con los guainas".

- A vos te va pasar una mano bien pesá- solía advertir, al verla charlar coqueta con algún peón.

A ella que había sido "honrá", la sacaba de quicio el recuerdo del día en que Cata -el otoño anterior- le había dicho tranquilamente:

- ¿ Sabe iñora que voy a tener guagua?

Y a sus alaridos de indignación, con la misma tranquila indiferencia, había contestado narrando "su mal paso"…"

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Bestia Dañina. Novela. Santiago-Chile, Nascimiento, 1926, 94 págs.

En este relato se enfatiza la posición conflictiva de la mujer en la sociedad rural, su papel secundario, constreñido a los quehaceres domésticos y el valor insignificante que se le asigna en la escala social. Su título apunta a la mujer demonizada, subversiva que atenta contra los valores establecidos de la fidelidad y de la honra, pero también apunta a las condiciones precarias de libertad en que se desenvuelve la mujer campesina, sometida a los deseos y voluntad de su amo y señor: el padre o el marido. Santos Flores, viudo con tres hijas, es presa de una pasión otoñal que le inspira la juventud de Isabel Rojas, la bestia dañina, y la promesa de darle ese hijo varón que le permitiría escapar al sentimiento de humillación provocado por esta carencia. Inútilmente María Mercedes, una de sus hijas, se rebelará ante esta unión desigual, reprochándole este matrimonio con una mujer tan joven, de dudosa conducta moral; su empecinamiento así como el carácter simulador de la joven esposa conducirán a la caída de Santos y al derrumbe de los valores que encarna, sumiéndolo en la deshonra y el dolor. A través del relato de la fiesta del matrimonio, el lector va percibiendo la personalidad de "la bestia dañina" y también algunos de sus rasgos físicos, que explican el deslumbramiento del anciano novio. En el transcurso de la fiesta, Meche huye con Víctor Alfaro, despechada por el casamiento del padre. Entre tanto Chabela Rojas, la flamante esposa, confiesa a su tía la alegría por el distanciamiento de Meche, porque es la única de las tres hijastras que representa un peligro para ella y sus propósitos: don Fanorcito, sobrino del dueño del fundo, la asediaba y ella le había prometido ser suya después de su matrimonio. El frenesí de la pasión extramarital les hace perder todo recato y cuidado lo que desembocará en un final trágico, cuando el esposo engañado sorprende a los amantes bajo su propio techo. La novela aparece en 1926 y la crítica destaca el manejo brillante que la autora hace del lenguaje como de la fuerza dramática que imprime al argumento.

Fragmentos.

"Era interesante el viejo carpintero, recia figura hecha en músculos que los años iban enjutando.
Sólo eso y blanquear los cabellos había, conseguido el tiempo, porque el cuerpo se alzaba de un firme trazo único. A hachazos parecía haber sido hecha la fisonomía resuelta, de empecinado: cuadrada la barbilla, filudas como aristas las quijadas, delgados los labios descoloridos, recta la nariz, horizontales casi las cejas, rectangular la frente amplia, cerrados de expresión los grandes ojos de iris gris acero que iban derechos en busca de la mirada del interlocutor. La voz acordaba con el resto: fría, sin modulaciones, lenta, iba buscando con tino las palabras que mejor tradujeran su pensamiento."

"Ni bonita ni fea, la novia. Pero extremadamente seductora con su frescura de manzana apetitosa y prieta, sin más belleza que los ojos negros, enormes y sombreados por tupidas pestañas crespas.
Ojos de malicia que sabían mucho, que dejaban adivinar lo que sabían y que a su antojo cambiaban de expresión tornándose cándidos... A veces los ojos, alzándose, se posaban en don Santos y la malicia reía en las pupilas como diablillo maligno. A veces, luego de mirarlo, la boca se fruncía en mohín despectivo que después -al tocar sus manos el género de su rico traje- se tornaba en sonrisa complaciente y la sonrisa se hacía risa sonora al sentir como, sobre su cabeza, movía el viento la pluma del sombrero de lustrosa paja que la protegía del sol"

"El patrón es el señor omnipotente del cual se soporta todo sumisamente, aunque en lo hondo se lo reconozca injusto. Ese sentimiento es mudo. La primacía del señor sobre el inquilinaje la ejerce en la puebla el padre, el marido o el hermano mayor sobre el resto de la familia. Así como el padre lega al morir cuanto posee a sus descendientes, el montañés deja a los suyos el oficio que tuviera con algo que más aún semeja su idiosincrasia a la del señor de otros tiempos: es el hijo mayor quien lo sucede"

"Una lagartija asomó la cabeza chata por una hendidura del tronco y saliendo de su guarida, el animalejo corrió por el manzano hasta alcanzar un rayo de sol. Y se quedó muy quieta, verde la vestimenta que en el lomo se estriaba en oro, blanca la panza, de esmalte los ojillos vivaces que buscaban una mosca que almorzar. Con una lentitud silenciosa el Chincol -un muchacho- puso frente a la cabeza del bicho un junquillo terminado en un nudo corredizo. Hormigueaba el sol en el cuerpo del niño a fuerza de envolverlo con sus rayos ya oblicuos, porque avanzaba la tarde; pero el Chincol lo soportaba todo en el placer de la caza, esperando pacientemente que un movimiento de la lagartija la echara al dogal."

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María Rosa, Flor de Quillén. Novela. Rev. Atenea, Concepción-Chile, año IV, Nº2, pp.119-143 y Nº3, pp.217-240, 1927.

A partir de su título este relato es una sátira en contra del donjaunismo rural y de los estereotipos femeninos. El epíteto "flor del Quillén" de la protagonista encierra el conjunto de cualidades asignadas a la mujer, tales como belleza, virtud, recato, pero también su imagen alienada, ajena a las flaquezas del ser humano. María Rosa casada con un hombre mayor se siente fuertemente atraída por un sujeto más joven, él cual ha apostado por su caída, demostrando de este modo que todas las mujeres son iguales. La atracción que Pancho ejerce sobre ella provocará su desliz, sin embargo encontrará la salida para no ser victimizada por esta pasión y de paso castigar al Don Juan criollo.

Fragmentos

"Y la convicción de que no había ninguna como ella le hizo lentamente un alma de orgullo, cerrada y fiera, que al correr de los años creció hasta ser la base de su personalidad (...) Pero lo que más la ufanaba, lo que le esponjaba el alma, era verse la más bonita de las mujeres de la hacienda, la que gozaba de mayores consideraciones, la que poseía más comodidades en la puebla . Era un orgullo humilde que vivía en el fondo de sí misma, sin exteriorizarse, alimentado en la conciencia de su propio valer".

"En su espíritu acaba de surgir la visión de su vida futura. Se veía empujada en los brazos de Pancho por una fuerza superior a su voluntad ¿Sería el destino! Su vida tan clara, tan nítida, se complicaba, se hacía oscura, entraba en el círculo de las mentiras, de los disimulos, de las traiciones , de las hipocresías. Ya no podía decirse con íntimo orgullo que como ella no había ninguna y que bien harían llamándola la flor del Quillén. (...) Nunca. No podía darse al amor. Aquella embriaguez de ilusión había que olvidarla. En su vida no habría caricias, ni besos, ni charlas, ni miradas, ni esperas, ni sobresaltos, ni miedos, ni iras, ni rencores, ni remordimientos. En su vida no habría nada. (...) Y lloraba con angustia porque, por segunda vez -voluntaria y definitivamente, sus días volvían a la rutina que los aplastaba."

"Recobrada su personalidad de Flor de Quillén... Mentir, simular, hacer cualquier cosa, provocar un escándalo, llegar al crimen, pero que nadie supiera nada, que todos creyeran en una agresión, basándose en su protesta iracunda, nada."

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Bienvenido. Novela. Santiago-Chile, Nascimiento, 1929, 180 págs.

Relato que obedece a la petición de la madre de la escritora, que deseaba le escribiera una novela rosa. Juan Ramírez, un muchacho provinciano venido a menos por reveses de fortuna, trabaja como administrador en una hacienda del sur y vive en una casa frente a un lago, en completa soledad y apabullado por una naturaleza exuberante, trabaja con mucho empeño lo que permite mejorar su situación económica y compensar a su madre y a su hermana por los sacrificios y desvelos puestos al servicio de su educación. La dueña de la hacienda vive con una hija coqueta, un hijo aventurero y donjuanesco y una muchacha "allegada", que resulta ser la hija natural del difunto padre de familia. De esta última, Mena, se enamora el protagonista y se casa con ella; sin embargo, la felicidad no es completa pues el hijo anhelado tarde en llegar. La pareja se ve amenazada por la presencia de Marcela, la última aventura de este hijo calavera, que vuelve junto a su madre, luego de quedar en la ruina. Juan se siente atraído por esta vampiresa quien lo asedia con su comportamiento desenfadado y mundano, desarrollándose en el interior de este una pugna entre la fidelidad hacia su esposa y la seducción que despierta en él Marcela. El anuncio de la llegada de su primer hijo resolverá la encrucijada sentimental. Este relato incluye todas las características del folletín: resolución del triángulo amoroso, el triunfo de la mujer -sueño de perfección , figura de seducción e identidad para las lectoras-, y la recompensa final de la felicidad eterna.

Fragmentos.

"Juan Ramírez detuvo el caballo y se quedó contemplando el paisaje con las pupilas deslumbradas por la luminosidad meridiana.
"Lleno de sombras, resonante por el despeñarse de la cascada, húmedo por la evaporación de las aguas, el estrecho desfiladero terminaba bruscamente en un altozano, atalaya que abría sobre el valle.
" Los árboles desaparecían, las montañas se separaban a ambos lados, para luego, en línea recta, encajonar la vega: en la perspectiva se unian en una niebla azul. De ese fondo en que se escalonaban los volcanes blancos, las cordilleras pardas y las montañas verdegueantes, bajaba el río en una lonja de plata que a ratos esplendía al sol, que a ratos se ocultaba entre matorrales. En las cercanías del desfiladero se enanchaba el río llenando la cuenca formada por las montañas próximas y una laguna oval, de aguas quietas, profundas, reflejaba el cielo moteado de nubes blancas."

"Se peinaba como Pola Negri, se vestía como Bebe Daniels, gesticulaba como Constance Talmadge (...) y Enriqueta hacía el mohín favorito que aprendiera de Mary Pickford. A ella que amaba lo novelesco, lo imprevisto, la vida le ofrecía ser la protagonista de una novela estupenda..."

"Hablaba Marcela arrastrando las erres con una voz ronca que hería el oído, pero desde luego no la juzgó Juan francesa. El tipo era extraño y tampoco podía dársele nacionalidad. La melena rubia estaba partida al lado por una raya y con una gran onda tapaba la frente que se adivinaba grande y abombada; bajo esa cortina las cejas desaparecían y los ojos se tornaban misteriosos, inquietantes y obscuros, rodeados por un halo azulino. Un trazo de pintura los alargaba tirándolos hacia las sienes en una línea oblicua y ahí, en ese solo trazo, estaba {integro el atractivo de la fisonomía que parecía venir de otras razas.
La cara era de triángulo que tenía por vértices las sienes y la barbilla aguzada. La boca se dibujaba alta y pequeña, vermellón y húmeda. La nariz de pilluelo, respingada y graciosa, parecía husmear la vida alteando voluptuosamente".

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Reloj de Sol. Alba - Mediodía - Ocaso. Cuentos. Santiago-Chile. Nascimiento, 1930. 197 págs.

Colección de cuentos quince cuentos , que se dividen en tres secciones: Alba (Juancho, Francina, Lucho el Mudo), Mediodía ( Niú, Gabriela, Ana María, Ruth Werner, Romelia Romani, Enrrique Navarro, Ocaso (Tía Lita, Doña Tato, Don Cosme de la Bariega, Misiá Marianita, Doña Santitos, Don Florisondo) relatos donde el mundo campesino y rural pierde relieve al acentuarse los procesos interiores y psicológicos de los personajes. Entre estos relatos sobresalen Francina, "Don Florisondo", "Doña Santitos", "Doña Tato", "La niña que quería ser estampa", etc. En todos ellos, el protagonismo femenino es evidente y es abordado desde la perspectiva de la infancia, la madurez y la ancianidad de sus protagonistas. Así las divisiones del libro está en directa consonancia con las etapas de la vida humana. Los juicios críticos sobre el libro, en el momento de su publicación fueron contradictorios, pero coincidentes en destacar la preocupación de la autora por lo femenino.

Fragmentos

" A ella le gustaba lo maravilloso, lo que no tenía explicación posible sino en poder de seres, de fuerzas ocultas. Y como no encontrara lo maravilloso en su vida de muchachita burguesa, se hurtaba a ella para vivir las aventuras de cuanto libro podía leer.
Tendida de bruces en el suelo, sobre una alfombra, cuando el frío la retenía en el interior, en el pasto de los prados cuando el calor la echaba al parque de la casona, contraída por la atención, con la sensibilidad alerta, hiperestesiada, Francina leía, encarnándose en cada personaje, con el músculo de acero, el ceño duro y el alma de valor cuando un héroe la entusiasmaba de batallas; llena de amarguras por la tristeza de un enamorado en desgracia; sintiendo el corazón lleno de odio y el gesto salobre de un ruin envidioso; toda ternura con el suspirar de una cautiva maravillosamente bella; rebosando clarinadas por boca de un guerrero vencedor; audaz de piraterías en el abordaje de un corsario: todas las vidas que encierran todos los libros que un niño puede leer, las vivía Francina alucinada…" (Francina)

"Llegó prestigiada por treinta años de servicios en casa de unas viejecitas solteronas que acababan de morir con pocos días de diferencia. Sabía cocina y repostería. Exigía una pieza dormitorio para su uso particular y que le aceptaran un gato negro, gordiflón y taciturno. Ella se llamaba Tránsito: él Paquito. Porque siempre iban juntos, pareja estrafalaria: doña Tato vieja, magra, la cara llena de arrugas hondas convergentes a la boca, el trasero saliente, los brazos muy largos y hábito del Carmen Paquito desmadejado, bostezante, silencioso en sus escarpines blancos.

Lo trastornaron todo en casa. La. vieja empezó por expulsar de la cocina a los otros gatos y a las otras sirvientas. La cocina era suya. Sólo a mi -con aires de condescendencia-. me dejaba entrar. Encerrada con llave, se entendía con las sirvientas por el torno y si alguna quería deslizarse adentro o insinuaba el propósito, la insultaba, mezclando a los dicterios tiradas de latines. Y como vomitando ese mejunje al par que aspeaba los largos brazos tenía algo de bruja, la creyeron en pacto con el demonio y, horrorizadas, la dejaron vivir a su placer.
Los gatos tardaron más en darse por vencidos. Llegaban oteando por el torno o la ventana, buscando piltrafas, ansiosos de rescoldo. Y hallaban un brazo y una escoba mucho más largos que lo previsto y que siempre, invariablemente, les caía en medio del lomo. Hasta que uno quedó descaderado no parecieron tomar en serio el peligro que era la vieja. Desde entonces se refugiaron en el repostero, junto al anafe y las otras sirvientas, en acercamiento de víctimas del mismo poder." (Doña Tato)

"Era un viejo cincuentón, alto, cenceño, bien plantado, puro músculo bajo la piel morena que apenas marcaban las arrugas. Tenía blancos los pelos y las barbas, largos unos y otras, lo que le daba aire bíblico, asemejándolo a esas tallas primitivas que son pastores en los nacimientos del Niño Dios. Los ojos parecían negros, pero destellos azules y estrías grises los tornaban, como las uvas, sin color preciso. Y tenían tal luz de bondad, que al sonreír la bocaza desdentada eran ingenuamente infantiles.
Se llamaba Florisondo González y ocupaba en una gran Hacienda sureña el puesto de capataz de los taladores. A pesar de sus años, ninguno lo aventajaba en resistencia." (Don Florisondo).

" Tenía la cara rugosa, pequeñita y el cuerpo endeble, de garfio tembloroso. Un pañuelo negro atado a la cabeza le ocultaba el pelo, formando visera a los ojos grandes, cuencos de agua clara inexpresiva. Por la hendidura de la boca asomaba un diente, un diente único, largo, torcido, amarillo de soledad. La nariz bajaba en busca del mentón. Arrebozada en un chal obscuro, iba delante de ella, tanteando, un bastoncillo de quila.
Había oído decir que era vecina nuestra, dueña de un terrenito de Cohineo. Se llamaba Santos Poblete, pero todos cariñosamente, le decían doña Santitos.
Llegó en un carretón de familia tirado por bueyes, uno de esos carretones que fueran el orgullo de nuestros abuelos, Era una especie de casita con una puerta trasera y dos ventanas laterales, con cortinillas de percala a pintas, todo ello verde rabioso y empingorotado sobre ruedas enormes y chirriantes. La acompañaba, picana al hombro, un muchacho. Su hijo, tal vez." (Doña Santitos)

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Cuentos para Mari-Sol. Cuentos. Santiago-Chile, Editorial Zig-Zag., 1938, 50 págs.

Relatos dedicados a los niños en los cuales la autora desarrolla es "lógica mágica" que su lector, el niño, reclama para gozar de "una participación mística" en la cual "oye un relato, sin dejar de ser auténticamente él mismo, se identifica de modo pleno con los protagonistas"; así en esta veintena de relatos desfilan por los espacios rurales y domésticos una cantidad de animalitos tales como: ratas, conejos, ovejas, perros, lloicas, cóndores, loros, zorros,etc. Y los hace convivir dando cuenta, en algunas ocasiones, de las odiosidades que se tienen ellos. Así la autora desplaza sutiles moralejas y, por ello, no es difícil a través de la amena lectura de estos relatos encontrar retratado nuestro espíritu

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Humo hacia el Sur. Novela. Buenos Aires, Editorial Losada, 1946, 256 págs.

El humo como la niebla, la neblina o el aguacero no sólo desdibuja los nítidos contornos cordilleranos, también oscurece, deforma y diluye las demás aristas de los personajes; rompe y araña las máscaras de la concupiscencia, de la ambición y del poder. El pueblo emerge siguiendo la geometría interna de la protagonista -doña Batilde-, éste constituye el símbolo de su poder, la materialización y deformación del fruto de sus entrañas yermas, sustituto de la esterilidad a que la condena la impotencia de Juan de la Riestra, su esposo. Esta carencia esencial transforma a la protagonista en la personificación de la dureza, de sequedad y la avaricia; el pueblo, su justificación vital es amenazado por las oscuras fuerzas de la civilización y del progreso: el puente, que desviará el flujo de la riqueza hacia otras regiones y hacia otros bolsillos hace que doña Batilde esté dispuesta a todo, al crimen incluso, si eso evita el despojo de esta otra sangre que circula por sus venas: el dinero. Varios personajes desfilan por estas páginas, mostrando falsas identidades, exceptuándose Solita y la madre de esta pequeña, para quien el mundo de los adultos es extraño y contradictorio, poblado de falsos valores y de seres que no son de "de veras".

Fragmentos.

"María Soledad alzó los ojos del tejido y los fijó en doña Batilde, sorprendida por su largo silencio. La vio tiesa en el sillón, junto los muslos, junta las piernas, los pies unidos por los talones, volteadas las puntas de los botines de cuero basto. Sobre la exigua cintura, afinada y esteril, alzábase el busto con dureza de metales, anchos los hombros, apenas insinuada la leve comba del pecho, fuerte el cuello y la cabeza erguida de tan puro perfil que evocaba un camafeo, net la nariz, hendiendo el aire la barbilla con firme curva. El pelo castaño, con ígneos matices de cobre, se peinaba simplemente sobre la coronilla, formando un moño del que mechitas rebeldes escapadas a su disciplina, desdibujaban pequeños ricillos sobre las sienes y la nuca. La piel era de tersa saludable elasticidad. Allí estaba rígida e inmóvil, adivinándose bajo esa actitud una fuerza flexible, un dinamismo renovado."

"María Soledad sentía una latente molestia al oírle repetir los mismos sórdidos consejos, los mismos reproches tan ciertos como gratuitos, mientras la veía, siempre tiesa en su silla, con el mismo traje color café, por ser el más sufrido, con los absurdos botines de cuero epicenos, con elástico a los costados y una huincha atrás y otra adelante para tirar de ellos y poder metérseles, hechos desde hacía treinta años por el mismo zapatero. Y persistiendo en su actitud de juzgadora inapelable del mundo, con los brazos cruzados sobre el pecho enjuto y las manos extrañamente hermosas, calcada toda ella sobre una especie de molde. Igual a como la había conocido ocho años antes, con su perfil para colocarlo sobre un ónice, sobre un azabache, sobre un esmalte, Era cansadora en su perfección, en su raciocinio inapelable, con su minuciosa exactitud de cronómetro insensible a toda angustia, a toda esperanza."

"Había que tener también en cuenta el clima. Pueblo sureño, entre estribaciones de la cordillera, apegado a su flanco, los bosques empezaban casi en sus lindes, tan solo con la sierpe de los caminos abriéndose trabajosamente por ellos a golpe de hacha. El verano era apenas una súbita y apresurada tibieza, un despuntar de flores con tímido asombro, en breve y apretado canto de pájaros, impacientes para hacer que cupieran todos sus trinos en tan pocas mañanas, un instante para dejar que el sol pusiera rojo en las manzanas y en las mejillas juveniles, rubor que instaba a los dientes a buscar la pulpa de una fruta o de un beso. Lo demás era tiempo de humo, tiempo de neblina, tiempo de porfiada lluvia.
Humo de roces que ardían en la montaña, manera bárbara de conseguir campos de cultivo, hoguera próxima o lejana que anunciaba el desordenado revuelo de los pájaros, huyendo en imprecisas bandadas lastimeras. Luego aparecía el humo mismo, parado en el cielo fosco, lleno de cárdenos resplandores. La atmósfera se recalentaba entonces haciéndose irrespirable, hasta que llegaba el viento señor de los destinos.
Tan aparentemente dueño de sí mismo el fuego, alimentado en su propia entraña elemental, y era tan sólo un siervo del viento que lo manejaba a su capricho, llevándolo hasta la ribera de los ríos a templar sus ardientes metales en las aguas, apagando en los anchos cauces sus fulgores de astro, que lo empujaba hacia la fatalidad dejando a su siga el tizón, las cenizas, esqueletos carbonizados de árboles y animales, que lo arrebataba contradictoriamente, rizando curvas en las que el azar danzaba frenético, aislándolo en regiones alucinantes de troncos ardidos que vociferaban sus estertores de resinas martirizadas, muriendo doblado sobre su propio corazón en ascuas, entre piedras y aguas, inmisericordes ante su desvelado rencor."

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La Mampara. Novela. Buenos Aires. Emecé Editores, 1946, 80 págs.

La historia se desarrolla detrás de la mampara, único vestigio del pasado próspero, protagonizada por tres mujeres Carmen, Ignacia Teresa y la madre de ambas. Son tres modos de enfrentar la vida y sus avatares. Carmen niega la realidad, la mísera situación actual después de un pasado acomodado del que queda la puerta y la ubicación aristocrática de la casa; Ignacia Teresa, por su parte, posee una postura más auténtica, si bien no logra vencer algunos temores para alcanzar su plena inserción en una cotidianeidad caracterizada por el desafío constante de la sobrevivencia; la madre representa la lucha entre el pasado y el presente, tironeada por las diferentes visiones de mundo de las hijas. Soledad, incomunicación, autenticidad, enajenación constituyen los grandes temas de este relato, en la que cada uno de los personajes queda atrapado en sus obsesiones: ningún acercamiento entre estas mujeres, ningún diálogo que mitigue el dolor, la angustia, la ira, pues todo transcurre en sus conciencias sin llegar a compartir sus sentimientos, sueños y desvelos.

Fragmento.

"Cuando a las siete salía Ignacia Teresa rumbo a su trabajo, ya estaba cada uno de los vidrios repasado esmeradamente, brilloso el bronce del tirador y de la chapa, como también el encerado de la madera. La puerta abierta, estrecha y alta, parecía anularse para dejar lucir la mampara en todo su esplendor, de vidrios rojos, amarillos y azules, mosaico de formas geométricas con un rocetón al centro.

El timbre del despertador abría un hoyo en el sueño, y por ese boquerón, trabajosamente, pasaba Ignacia Teresa a la vigilia del nuevo día: Pero no sólo pasaba ella, sino que la madre, instantáneamente levantada y arrastrando las zapatillas por la casa, y luego bajando por la escalera -¿llovía, trasminaba el viento, ardía el sol, la niebla desintegraba los cuerpos?- la sentía llenar el cubo de agua, e irse por el patio y el pasillo a ese su quehacer primero y obsesivo…"

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Raíz del Sueño. Cuentos. Santiago-Chile, Editorial Zig-Zag, 1949, 145 págs.

Bajo este título se agrupan ocho cuentos: "Raíz de sueño (que da nombre al libro), "Una mañana cualquiera", "Un trapo de piso", "Encrucijada de ausencias", "La casa iluminada", "La otra voz", "La niña que quiso ser estampa" y "Soledad de la sangre". Estos relatos están unidos por un fuerte contenido dramático, donde oscila la realidad y el sueño con algunos pasajes alucinantes propios de mentes obsesionadas. Los personajes, en su mayoría niños, son seres atormentados, rebeldes, inmensamente humanos cuyas almas se debaten entre el bien y el mal; entre la realidad y la ilusión, entre el fracaso y la esperanza. A través de estos cuentos desfilan personajes inolvidables: el torturante, asfixiante y egoísta cariño materno que apaga ilusiones y mata esperanzas; angustia de no poder enfrentar con alegría la vida que florece en toda su plenitud fuera de la prisión ya sea de la casa o del almacén; amargura intensa ante el sentimiento de soledad e incomunicación; un fino y , a la vez, hondo perfil de sensibilidad y ternura; algo más que una estampa lugareña, una profunda penetración sicológica sobre la sensibilidad, la rebeldía ante el sojuzgamiento a que es objeto la protagonista en " Soledad de la sangre".

Fragmentos

" Como si la cubrieran capas de velos, finos y adherentes, luchando con ellos largo rato, en la angustia y en la obscuridad, tableteando y repercutiendo el corazón y una carga de losa en el pecho. La voz estaba dentro de ella, perdida. Lúcidamente el cerebro impulsaba a la concentración que la haría emerger en un grito, como impulsaba a las manos a deshacerse de los velos, unos sobre otros, ahogándola. Hasta que el grito repercutía en la casa, rebotando en los salones y perdiéndose en el lago frío de los espejos. Al propio tiempo que una mano húmeda se aferraba al conmutador y la luz, súbitamente, echaha la pesadilla al pozo de lo pasado.

Pesadilla que la esperaba en el centro del sueño, que ya sabia que la esperaba, obligándola a mantenerse despierta, luchando por no dormirse, construyendo agotadores juegos de imaginación, inconexas figuras. de recuerdos, alucinadoras esperanzas sin perfil. Como también sabía que al regresar á la vigilia, la madre estaría a su lado, con el largo flotante camisón arrastrando por el suelo. La trenza negra cayendo por la espalda y en la cara blanca del verdor de los ojos, brillantes, duros, con algo de la expresión del animal doméstico que bien puede lamer la mano como destrozarla de una dentellada." (Raíz del sueño)

"Una casa que se llamaba "Sotileza". Una mujer laboriosamente avejentada, con prolijas arrugas y parquedad de herramienta. Un hijo con los ojos vagorosos por los fondos de unos lentes, sumergido en la ácuea profundidad de su verde. Todo él lejano, ajeno de los acontecimientos, como si los lentes fueran un límite tras del cual se viere la vida sin participar totalmente en ella. Y una muchacha un poco más allá del filo de la adolescencia como un puño cerrado que aún no se sabe qué sorpresa guarda: si una medalla, una almendra, o una protesta, - salida del hogar del Melero mitad de la firma, del que seguía a la y; mitad del negocio, mitad del dinero, mitad de todo, mitad de ella misma, que nunca había sido por entero María Engracia, sino la chica de los Melero dcl almacén de la esquina.
El almacén lo abrió el abue1o. La casa la levantó el padre después que murió el abuelo. La firma se constituyó cuando la mujer se quedó sola, con el niño dubitativo divagando entre tercios de yerba, bolsas con nueces, y cajones de jabón que no tenían para él más firmeza corpórea que las nubes. Se asió para ello al nombre de ese otro Melero montañés, desconocido y providencial, de tosca hombría llegado a América con unas pesetas atadas en la punta de su pañuelo de hierbas, ávido de fortuna." (Un trapo de piso)

"Parecía una estampa, pero no representando un ángel, sino una niñaa del pasado siglo que rnostrara un ajustado corpiño, una ancha falda hasta media pierna, una aglobada manga, todo en un color de rosa desvanecido y levemente violáceo, lleno de encajes y de bordados. Pero el encanto no estaba ella vestimenta, ni siquiera en la evocación, sino en la niña misma, espigada, sin ninguna de esas rollizas características que definen la infancia, toda ella hecha en un material moreno, vivo y mate, pétalo tierno de magnolia. El cabello partido en crenchas caía bucles por la espalda. Y las facciones perfectamente definidas hubieran sorprendido e inquietado en un niña si los ojos castaños, punteados de oro, no tuvieran una expresión inmensamente pueril.
Días después la niña preguntó a la abuela:
¿Qué es una estampa?
-Estampa… - dijo la abuela, cansada como estaba de la indagación constante-, estampa es … -una estampa inglesa.
¿Y qué es una estampa inglesa?
Ay! Qué niña ! Las que están en el escritorio del abuelo.

-¿Cuáles?
¡Ay! ¡Qué mosca! Esas que representan a dos caballeros, de levita roja, fumando largas pipas al lado de la chimenea. Y la otra, en que varios caballeros están bebiendo cerveza en una taberna. Y las otras dos, en que otros caballeros, también con levitas rojas, van de caza con unos perros.
La niña pensó un rato y luego la sobresaltó con otra pregunta:
- Abuela: ¿para estar en una estampa se necesita ser caballero y llevar levita roja?"(La niña que quería ser estampa)

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María Nadie. Novela. Santiago-Chile, Editorial Zig-Zag, 1957, 159 págs.

Alabada por muchos críticos como una de las mejores novelas de Marta Brunet, también concitó el rechazo por su fragmentarismo , por la falta de "soldadura" entre sus dos partes tituladas: "El Pueblo" y "La Mujer"; sin embargo, es esa ruptura la que mejor da cuenta de la realidad de su protagonista, su exterioridad, su apariencia poco o nada tradicionales, que despiertan la animosidad de las mujeres del pueblo: María López es la telefonista del pueblo de Colloco, lugar al que llega después de una desilusión amorosa; su forma de vestir, su independencia, su falta de lazos con el mundo a excepción de Cacho y Conejo -dos pequeños del lugar-, el enigma que encierra su existencia anterior hace que los hombre se sientan atraídos y las mujeres amenazadas por su presencia. Las conjeturas, comentarios y chismes de las vecinas acerca de su pasado trasforman el lugar en un ambiente hostil, hecho que se manifiesta en una función de teatro en un lugar, casi a las afueras del pueblo, adaptado para este acontecimiento; allí es insultada y despreciada públicamente por una mujer, que es la madre de uno de sus pequeños amigos y, a la que se sumaron otras voces femeninas. El relato presenta una interesante galería de personajes y diferentes conflictos que se desarrollan entre ellos: Petaca y Lindor o las hermanas Melecia y Liduvina. En la segunda parte, a través de una suerte de confesión que le hace a un gatita abandonada conocemos su historia íntima y secreta que la ha empujado a buscar paradojalmente refugio en ese lugar.

Fragmento

El camino serpeaba por la montaña, tallado en la roca, angosta cornisa siguiendo el curso de un río disminuido por el verano, pero que de súbito, en lo profundo del tajo, atestiguaba su existir con un espejeante remanso. Así que el camino subía, la presencia del bosque era mayor, compacta, húmeda, perfurmada, rumorosa e íntima. Porque a esa hora, inminente la noche, los arreboles creaban increíbles dorados en lo alto de los árboles; pero hacia abajo, en archipiélagos de sombra, la vida de infinitos mínimos seres cobraba un sostenido tono menor, de llamados, de arrullos, de admoniciones, de despedidas, todo como mullendo el silencio para hacerlo más silencio aún.

Dura la roca de] camino. En tantos años ni las llantas de las tardas carretas ni el paso de los automotores habían mordido su superficie grisazulenca. Igual al muro que le servía de respaldo, de sujeción al vértigo que a veces producía la hondonada.

El camino nacía de los aledaños del pueblo y era una invitación que a ciertas horas solían aceptar los enamorados y, a toda hora, los niños a caza de aventuras que iban desde trepar riscos siguiendo huellas de animales salvajes, a adormilarse en la lenta caza de lagartijas, de trepar alto en procura de nidos, a sencillamente atiborrarse de dihueñes, maqui, moras o murallas.

Por el camino, a la vista ya del pueblo, bajaba, rápido y sigiloso, un chiquillo. Parecía todo él de bronce dorado, hasta el pelo colorín, y las pecas diseminadas no sólo en la cara, sino en todo el cuerpo, acentuaban el tono de la piel tensa de salud, cubriendo largos, apretados músculos. Un hermoso cuerpo de chiquillo en que la cabeza altiva sobre los hombros conquistaba por la belleza expresiva del rostro.

La cuesta parecía tirar de él, irlo sumiendo en la sombra que a su vez subía de la tierra. Le era la caminata ejercicio habitual y no le jadeaba la respiración, pero había ansiedad en sus ojos al escrutar el pueblo, íntegro a la vista abajo, mostrando sus calles simétricas, damero con una plaza al centro, su estación a un costado, su escuela, su calle del comercio, sus edificios principales rodeados de vastos sitios y, también en vastos sitios, los edificios menores. Pueblo igual a todos los pueblos del sur, junto a un río, en un valle entre montañas, como de juguete, con casas de maderas pintadas de colores, encaperuzadas de tejuelas, condicionado por una excesiva geometría. Sí, pueblo como de juguete para gentes felices.

Varios hacendados se unieron a la poderosa Compañía Maderera de Colloco para que se creara un paradero en la línea de ferrocarril ya existente, no tanto para ir y venir de pasajeros, como para llevar hacia el norte los productos de la zona.

Así nació la estación, perdida en la red de desvíos, vagones, tinglados, rumas de maderas elaboradas, ir y venir de carretas, de camiones, de autos, de coches. Perdida como un corazón normal en el cuerpo de un gigante. Preciosa y precisa, marcando su ritmo con el tictac del reloj. Metódica, eficaz e incansable…"

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Aleluyas para los más chiquititos. Versos para niños. Santiago-Chile, Editorial Universitaria, 1960.

Libro de poemas con bellas ilustraciones de la artista Roser Bru, se trata de versos sencillos, que cantan historias simples de aventuras de animalillos, plenos de emotividad, musicalidad e imaginación para despertar en los infantes el interés por la poesía y los sentimientos que se expresan a través de ésta.

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Amasijo. Novela. Santiago-Chile, Editorial Zig-Zag, 1962, 183 págs.

Novela de carácter eminentemente urbano explora el tema de la homosexualidad, centrado en los conflictos interiores del protagonista para quien su condición es fuente de sufrimiento, de rebeldía y de soledad. El protagonista un joven actor teatral, cuya infancia ha sido signada por la soledad; hijo de una madre adolescente que se casa con un hombre rico, pero mucho mayor. Al poco tiempo de casados, se muere el marido y entonces el hijo póstumo es educado bajo la tiranía amorosa de la madre, quien muere y lo deja en compañía de Benedicta, la criada, quien continuó criándolo con eficacia administrativa y con seca rigidez; por último, aparecerá Teresita: su enfermedad, las confidencias, sus conversaciones conducirán al protagonista a un final equivocado. Julián García es un ser atormentado, escindido entre el ser y el deber ser, que no encuentra salida ni siquiera en la creación artística para la angustia existencial en que está inmerso. En este sentido la anormalidad del artista va más allá de la conducta sexual y de los conflictos morales que la integran: atraviesa la realidad ineluctable de la vida para reflejarla en los espejos, haciéndola pasar a través de los prismas, las cribas y el infierno espiritual de una conciencia lúdica, exigente y hiperestesiada. La piedad y el horror en el más perfecto equilibrio emergen en el texto para suscitar la emoción trágica; el artista en su desnudez, libre para crear como un "narciso deleitososamente empecinado ante el espejo".

Fragmento

"Sentía la cara inmovilizada por una máscara fría.
Incómodamente sentado, con las manos apretadas sobre el extremo de la mesa, frente a Benedicta, también en una postura rígida, ambos en el comedor, en esa hora del almuerzo que los unía siempre pata hilvanar deshilachados pedazos de conversaciones.
Tan menuda Benedicta en su traje monacal, casi invisibles las arrugas a fuer de múltiples y finas, aguda la mirada de los ojillos que no necesitan cristales para descubrir una pelusa en lo alto de una cornucopia ni tampoco para leer los hechos policiales, con la piel morena aclarada por los polvos blancos y el pelo cano tirante en un moño sujeto por horquillas metálicas. Vejez que dejaba presentir la fuerza de una voluntad poderosa.
-¿No se sirve? Siempre le han gustado los langostinos dijo, buscando traerlo a la realidad del almuerzo.
Ah! Sí, pero es que no tengo ganas.
Cruzó entonces Benedicta el servicio sobre la comida, su pie se apoyó en el timbre bajo la alfombra y; cuando apareció el mozo, con los ojos señaló los platos intocados.
- El que. yo no tenga ganas de comer no quiere decir que usted no coma dijo por algo que le pareció un reflejo de buena educación.
- Quizá… - lo miraba con los ojillos suspicaces -. ¿Tuvo visita, no?
Si lo sabe, ¿para qué lo pregunta? Tuve visita - se dio cuenta también de que los reflejos de la buena educación habían desaparecido.
Avanzando el cuerpo, Benedicta quedó al borde de la silla.
-¡Vaya! No creo que eso sea para hablar así, tan como que se fuera a enojar.
- Estoy cansado - contestó disculpándose.
- Si llega tarde y se levanta apenas después de echar un sueno.
- Estoy cansando - repitió impaciente.
- El mozo continuaba cambiando platos, presentando el nuevo manjar…"

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Obras Completas. Santiago-Chile, edit. Zig-Zag,1962.

Esta edición incluye todos sus libros de cuentos, sus cuentos para niños, novelas cortas, novelas y un apéndice con notas biográficas, fechas de publicación de sus obras y referencias. El prólogo es de Joaquín Díaz Arrieta (Alone) para este la escritora pertenece a esa clase de escritores que frente al crítico se muestran. "sólidos, compactos, envueltos en su radiante caparazón, se defienden presentando a las flechas amigas una superficie impenetrable. Su creación transcurre en una especie de inconsciencia, a espaldas del pensamiento, ajenos a la lógica, y cuando de las ha dirigido un prudente número de elogios fundamentales, el asunto ha concluido y es preciso dejarlos. Quedan en su sitio, intactos, sonriendo inmóviles, como si nada les hubiera pasado." Alone nos habla de su infancia , de su desarrollo como escritora, de sus éxitos, de su soledad: "Solitaria y sonriente, con su angustia, resiste al asedio cordial refugiada en esa otra soledad que es el silencio".

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Soledad de la Sangre. Montevideo, Editorial Arca, 1967, 116 pp.

Este libro editado en Montevideo recoge ocho relatos de la autora: Doña Santitos, Aguas abajo, Piedra callada, Soledad de la sangre, La otra voz, Un trapo de piso, La casa iluminada y La mujer y "esa", la selección esta precedida de un prólogo del escritor e investigador Angel Rama titulado "La condición de la mujer" quien señala de manera certera y sin concesiones que Marta Brunet viene a sumarse a "unas mujeres nuevas que entonces estaban apareciendo en América Latina rehusándose a vestir el traje convencional que unos hombres también convencionales les habían cortado, y hasta rehusándose a ser mujeres ya que aspiraban a convertirse en seres humanos, o sea plenos copartícipes creadores de esa calidad humana que hasta la fecha habían expresado y teorizado, en la literatura, sólo los hombres"; en esta interesante presentación Rama parte de su primera obra: Montaña adentro (1923) , para luego comentar uno a uno los relatos selecionados en que la mujer sigue siendo la protagonista de las historias contadas, historias que son la evocación de las voces interiores a la que la autora se ha entregado en un afán de reproducirlas con pasión y fidelidad.

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